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Cada vez más confuso de tantas y tantas propiedades, fui a hablar con mi amigo el filósofo. Me escuchó atentamente todo lo que conté sobre lo que me habían explicado y después de reflexionar un poco me dijo:

“Todo lo que le han contado me parece que es un cuento para niños. Se diría que lo han hecho adrede para confundirnos. Fíjate que por debajo de esos 4ºC, cuando resalta la anomalía del agua, es justamente el margen de seguridad necesario para la conservación de la vida. Parece como si alguien se ha querido divertir creando el agua y después se ha dado cuenta de que había un problema con el agua normal; así que, tocando mágicamente con su dedo sobre las moléculas de este líquido le ha concedido esas propiedades tan singulares para que nosotros pudiésemos vivir”.
Ya completamente confundido por las respuestas del filósofo y sin poder contenerme intenté decir algo coherente pero sólo logre decir “¿pero cómo… quién? Mi amigo el filósofo, poniendo su mano suavemente en la espalda me respondió:

“Tranquilízate; nosotros, los filósofos no damos respuestas; sólo nos limitamos a sembrar inquietudes. Tus amigos los químicos, los físicos los biólogos, quieren encerrar la naturaleza en los estrechos límites de sus fórmulas, sus leyes y sus ecuaciones. Pero los filósofos preferimos quedarnos sobre las olas, en la niebla, entre las nubes; nos encontramos más a gusto en el entorno del agua y creemos que así estamos más cerca de la verdad”.
Le estreché la mano a mi amigo el filósofo y, me quede mirando el agua, limpia, trasparente, cristalina y misteriosa.

 

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